Texto y fotos: Juan Jesús García
Damien Jurado y Lambchop: Emotividad y señorío
Por primera vez el Ciclo de Rock que envía desde Sevilla la Junta ha conseguido agotar el papel del teatro Alhambra. No fue ajeno a ello la firma Lambchop, tan llena de carisma como de kilómetros ya rodados. Con este paquete de gringos que viene este año a punto de salir al escenario uno tiene la tentación de imaginar lo que hubiese sido el brillante concierto de Wilco en vez de en el desangelado e inhóspito Palacio de Congresos con la acústica deliciosa e impecable del Alhambra y su cercanía tan inmediata.
Por el contrario pensar en Damien Jurado, el primero en asomar, en el mausoleo de congresos hubiese conducido a la pena antes incluso de que abriera la boca para cantar sus tristes canciones: "he intentado hacerlas alegres, pero no me salen" confesó: así su último disco le ha servido de catarsis tras un traumático divorcio.
Sin ningún acompañamiento y ahí, que casi se le puede tocar, Jurado permite entrar en su particular y atormentado mundo lírico. De acompañamientos muy simples, su cancionero imanta por la convicción ensimismada con que interpreta, rico en modulación, con esa nasalidad que tanto recuerda a un joven Neil Young y una reconcentración ausente que le hizo perder hasta la noción completa del tiempo. Pensarlo en su anterior profesión de profesor de guardería... da para más de un guión de cine.
Uno siempre ha tenido la imagen de Kurt Wagner en la mecedora de su porche tirado a lo J.J. Cale, y después de verlo en directo, la imaginación insiste; hay una algo inmutable y perezoso en sus canciones que las hace tan geniales como... ¿iguales? Con su habitual gorra de publicidad de pienso y sus gafas de pasta negra, Wagner ha organizado a su alrededor un equipo suficiente (¡en ocasiones habían superado la docena!), sutil (el arrendatario del piano no tendrá queja, apenas le quitaron el polvo al teclado), efectivo (el burbujeo de las líneas de bajo de Matt Swanson merece ser muy destacado por su vitalidad) y justo, para completar con matices de trazo fino los apenas esbozos que dibujaba el líder con su vieja guitarra de jazz. La altísima fidelidad de la microfonía ayudó a extraer hasta el último sonido de sus labios (fuese hasta el chasquido de saliva o el menos sugestivo de la regurgitación carbónica de la cerveza, con el 'sorry' correspondiente después), pero colaboró a que llegara en toda su plenitud (y es mucha) la gran capacidad narrativa, de crooner del post-country masticando las palabras, que da personalidad al sonido de los de Nashville. Entre la gravedad y la elegancia, en lo propuesto hubo tiempo para las bromas, mostrándose el pianista Tony Crow también como el gracioso de la pandilla a costa de la pobre mosca que asesinó Obama.
Se cuenta que Wagner no tiene mucha querencia a mirar al pasado, y en Granada lo confirmó, ya que sólo lo más animoso de su último discos sonó ('Sharing a Gibson...', 'Slipped Dissolved...' o 'National talk like a pirate day' y poco más), casi menos de lo anterior y largó un buen puñado de canciones sin identificar entre las que uno juraría haber escuchado la dylaniana 'Absolutely Sweet Marie'; nada extraño ya que la redondez de su voz recuerda a la del de Minesotta en la época engolada del 'Self Portrait' o 'Nashville Skyline'... claro que también en algún momento viene a la memoria ¡Cat Stevens antes de convertirse en Yusuf Islam!: en ambos casos voces señoriales con mucha capacidad de maniobra comunicativa, seductoras y ya puestos hasta capaces de arengar a la masas, como ocurrió con la efusiva hasta entrar en crisis 'Give it' final, con la que Wagner perdió por fin la compostura y levantó a la gente de sus butacas.
|