Texto y fotos: Juan Jesús García
Lee Konitz & Danilo Pérez: Atmósferas para amantes y soñadores
Aunque el gran Ben Webster nada tiene que ver formalmente con el pequeño Lee Konitz, le tomó prestado el título de un disco suyo para resumir el primer concierto de Lee Konitz por aquí, invitado por el panameño Danilo Pérez. Puede que tenga algo que ver con que alguna pareja se besara en los palcos mientras el de Chicago paseaba su saxo por el escenario, o por la capacidad onírica de su forma de tocar, siempre magra, natural y limpia de polvo y paja.
Uno, cuyo primer disco de jazz fue 'Oleo' hace ya 33 años, ha mantenido un interés intermitente por este gran saxofonista que es una isla en si mismo, eso cuando no jugaba a la contra, siguiéndole tanto hacia atrás ('Very Cool') como hacia delante ('Alone together', con Mehldau y Charlie Haden), así que difícilmente puede ser objetivo ante este personaje que pasados ya los ochenta mantiene una hiperactividad envidiable.
Paréntesis personal aparte, Pérez se ha traído a Konitz a Europa para reverenciarle en todo momento (como ocurrió ya con otros compañeros ocasionales: Solal o Bley), y si no le pidió un autógrafo fue porque en el piano no tenía papel y boli. Llegaron improvisando los dos solos a media luz, que en este caso también fue emocional, el uno convertido en fiel escudero y el otro con el fraseo desnatado y puro que le es célebre. Hay que reconocer que acostumbrados a los instrumentistas volcánicos no era fácil entrar en semejante juego de sutilidades desapasionadas. Y es que con el tiempo Konitz ha ido hacia la esencia más natural, ese menos es más suave y reflexivo, incluso apagado cuando tapó el pabellón del saxo con un trapo para matar aún más un volumen que sin amplificar ya era de por sí muy justo. Tampoco queda nada en el panameño del chaval que disparaba 'tumbaos' con Gillespìe, ofreciéndose en este caso exquisitamente exacto y comedido, aseguran que sobre piezas del saxofonista (L.T.) pero en realidad inventando libremente, y así lo dijo Pérez, sin haber preparado ningún guión.
La salida de la sección de ritmo desterró la apariencia de concierto desangelado que alguno pudo tener, pero sin perder el refinamiento del trío, que en el caso del bajista llegaba hasta casi la ternura mientras el baterista acariciaba el cuero con las escobillas como si no quisiera perder la garantía; delicadeza que quizás fuese porque el tema que tocaron estaba dedicado a la hija del pianista ('Daniela') o tal vez porque en su música (óigase el meloso 'Across the Cristal sea') pintan plumas. Sin solución de continuidad pasaron a un estilizado 'Bésame mucho', invitado a ser coreado por el público, que lo hizo pero con un pudor de misa de doce por no romper la magia del último beso.
Ahora que medio mundo anda liado refundando el capitalismo, para el final del concierto volvió el saxofonista que hizo lo propio con el 'cool', curiosamente jugando con su posición en el escenario (al no pasar por la mesa de mezclas) para estar en su plano dentro del oratorio 'Prayer', como en el canto final 'Panamá libre', una melodía popular ('Quiero amanecer') reconstruida como ejemplo de lo que el pianista entiende como jazz 'panamericano' o jazz del Sur. Aunque se les pidió insistentemente que siguieran, no concedieron más bises, y los amantes tuvieron que despertar de su enseño cuando las luces se encendieron.
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