Texto y fotos: Juan Jesús García
Loreena McKennitt: Haberlas haylas
La cantautora Loreena McKennitt dio en el Palacio de Congresos de Granada el concierto de presentación de su disco 'An Ancient Muse', retomado un ritmo de visitas normal tras los trece años de ausencia que terminaron con la grabación de su DVD en el Palacio de Carlos V este verano hace dos. Aunque su fantasía medievalista no encontró un lugar más adecuado entonces que el Palacio o el Generalife, en un espacio tan gigante como el de anoche su música no perdió su potencia ensoñadora, su capacidad de imaginar un mundo de caballos enjaretados para el torneo, jinetes de armadura deslumbrante o vaporosas hadas, que haberla haylas.
La McKennitt busca su Ítaca en parajes remotos e inexplorados, de cuando el mundo no estaba en una planta de El Corte Inglés o al alcance de un 'click' y todo era soñado, lejano y subyugante. De ese viaje infinito que comenzó hace varios discos sigue nutriendo su música y su imaginario sonoro, en este caso con el norte por el este siguiendo las caravanas de la ruta de la seda, antes de que el realismo 'made in china' invirtiera sentido cambiando romanticismo por libre mercado todo a cien. De su bien entendido sentido de la multiculturalidad sirva de ejemplo que su página web está escrita en doce idiomas, su música también integra todo esos mundos. Y en el viaje sin fin está la sabiduría.
Acompañada por algunos de los músicos que nos visitaron hace dos veranos (Brian Hughes en las guitarras y bouzouki, Carolina Lavelle tocando el cello, Donald Quan la viola, teclados, acordeón y tabla, Ben Grossman la percusión, Rick Lazar también la percusión, y el ateniense Sokratis Sinopoulos la lira y el laúd más los nuevos Clive Deamer en la batería Simon, Edwards en el bajo y Zoltan Santos en el violín) esta gira europea que pasó por Granada la ha planteado con todo lujo de detalle, humano, escénico y temático: dividió el concierto en dos partes de más de una hora de duración.
No es ajeno a esta invitación a volar por el tiempo su vestuario de doña Jimena, sus maneras pausadas e ingrávidas, sus movimientos de derviche en punto muerto y las cuidadas iluminaciones, preparadas para sacar el máximo partido a las ambientaciones de sus piezas como pocos conciertos se pueden ver alumbrados ahora que priman los 'ingenieros' de discoteca apretando interruptores en un acalambrado frenesí de focos robotizados. A la contra de los usos contemporáneos, Loreena representa la más pura esencia del folk sinfónico, en su vertiente mística y espiritual, casi terapéutica, manteniendo la distancia con el devaluado chill out de autoayuda por su exquisito refinamiento y la riqueza orquestal casi siempre con instrumentos naturales y de tracción manual, y sin caer tampoco en el turismo musical por el extremado respeto con el que frecuenta tímbricas ajenas a la suya. Así temas como 'She moved trough' con el que empezó, 'The gates of Estambul', 'Mummers dance', 'Penelope's song' o 'Caravanserai' suenan a honestos y pacíficos encuentros entre su pasado celta y el oriente por el que busca espiritualmente a sus ancestros. Su estilo, de hecho, es tan rico en matices que no soporta ninguna etiqueta, no reconoce fronteras geográficas, religiosas ni culturales y es valorada en todos los puntos del planeta. En su discografía ocupa un lugar determinante la trilogía 'The visit', 'The mask in the mirror' y 'The book of secrets', álbumes conceptuales cuyo hilo conductor es un peregrinaje receptivo sin calendario por regiones donde definitivamente encontró su voz y a su gente. Así tras el obligatorio estreno de lo nuevo, de los tres sonó obligatoriamente alguna pieza en el segundo tiempo de su concierto granadino: 'The lady of shalot' del primero, 'The mystic dream' del segundo o 'Marco Polo' del tercero, cambiando arpa por teclado y acordeón aternativamente.
En un mundo donde la velocidad marca el ritmo de vida, ella, su música y sus conciertos detienen el tiempo y lo extienden hacia los lados, en un paréntesis de lirismo pausado y beatífico de final feliz; tanto que si ella y no Celine Dion hubiese cantado al Titanic todavía estaría por ahí flotando. Seguro. Al final aplausos de agradecimiento del pasaje, que salía con la sonrisa luminosa de quien ha rozado la felicidad, que también (dicen) la hay.
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