Texto y foto: Juan Jesús García
El mundo según Laurie Anderson
La llamaron en su momento la 'sacerdotisa del arte radical' y ejerce, desde en la música hasta los medios audiovisuales, pasando por los papeles de prensa, la ilustración, el diseño y lo que le pongan por delante... sin abandonar su vitriólica observación del entorno social y político.
Para una generación de granadinos es la autora de la sintonía de despedida y cierre del primer Planta Baja, centro neurálgico de la modernidad más 'cool' en los primeros ochenta, donde al sonar su 'O Superman' llegaba la hora 'infeliz' del cierre. En el teatro Isabel montó un tornado en una pecera y vistió su famoso traje de chaqueta con neones; ahora no necesita de ropas a pilas ni domesticados fenómenos de la naturaleza, tan sólo unas cuantas velas y unas perillas a ras de suelo para ambientar, presentándose junto a unos músicos que, de negro riguroso, buscan la invisibilidad en la penumbra.
Como Roger Waters, manifiesta en sus ¿obras? inquietud por el devenir del mundo contemporáneo, y lo hace igual que el británico con ráfagas verbales desinhibidas y vocación de pintada callejera (ella no contrató a ningún grafitero, pero, en fin, tampoco pidió -creo- un helicóptero para ir a jugar al golf a Sotogrande al día siguiente). En sus ¿conciertos? habla de guerras, de tópicos de marketing, de amor urbano, de desamor, de miseria global... con sarcasmo pero sin muchos artificios y a golpe de 'frases fuerza', que lo suyo son también mazazos de ironía contra el muro de lo establecido en el imperio y exportado a golpe de fusil y teleserie. Ella también sabe que debajo está la playa. Historias imaginarias que son ciertas al cien por cien, envueltas en música sintética, minimalista, inquietante, inconformista y siempre irreal. En esta ¿actuación? puso su énfasis en la narración, en la banda sonora y en su voz, limpia o sintetizada con una ancha gama de registros vocoderizados, pasando en un momento de ser una soprano, a la irrealidad sintética de cualquier ser imposible, la gravedad de un orco o la fragilidad de una muñeca y por qué no el coro de todos a al vez.
A pesar de su leyenda de crack de la tecnología, 'Homeland' parece más centrado en el mensaje que en el masaje, y así la parte visual está más que reducida y el diseño de iluminación (de Willie Williams) es tan relevante como escueto, buscando tan solo un entorno de confianza que subraye la narración de piezas como 'Only an expert' o 'Lost art of conversation'.
En algunos conciertos de la señora (Madrid, el año pasado) la aparición de su marido para los bises fue un aliciente añadido para el ¿show? de Laurie Anderson. Y ya por colaborar con la causa ¿Por qué no le proponen a su consorte para este ciclo la revisión en directo del 'Metal Machine Music'? Que ese sí que tiene un par... de vanguardias.
Laurie Anderson: Protesta sofisticada
Texto y foto: Eduardo Tébar
Recién casada con Lou Reed, la polifacética Laurie Anderson pasó por Granada como una leve pero desconcertante brisa de aire fresco. El papel para contemplar el espectáculo 'Homeland' en el teatro Alhambra se había agotado al poco de salir a la venta. Señal inequívoca del apetito del público por la propuesta diferente y remozada, que no sólo las tapas son ya de diseño. Y es que la artista en cuestión lleva a gala el honor de figurar con mayúsculas en todos los mentideros enciclopédicos como reina de la vanguardia. Un término desgastado y dudoso en el campo de la música, más en el día en que la sección de obituarios recuerda a Tristam Cary.
Justamente, Laurie Anderson utilizó un colchón de electrónica, sobre el que recreó con desbordantes dosis de sarcasmo el hogar soñado, la tierra prometida: Estados Unidos. Lejos de la grandilocuencia innecesaria que vimos en el concierto de Roger Waters hace unos días, esta maestra de las artes escénicas con tendencia a la expresión multimedia optó anoche por el inmovilismo hierático y la sobriedad de atrezo. Una ambientación sombría -obra de Willie Williams-, con pocos focos y mucho velaje, ensalzaba la sensación gótica de cuento de Poe que tanto le gusta a su marido. Por cierto, que a diferencia de otras representaciones, en ésta no intervino de manera sorpresiva el autor de 'Berlín'.
De todas formas, ella se sobra y se basta sin mover un pie -y esto es literal-, encorsetada por su violín, un sintetizador y un vocoder. Con estas herramientas, la enjuta señora Anderson concentra el argumento en el que si duda es su instrumento más poderoso: la voz. Porque esos cuentos de urbe, contextualizados en la caústica visión del imperialismo yanqui, suenan en boca de múltiples protagonistas y narradores, aunque todos salgan de la modulada y sintetizada garganta de Laurie. Como en las obras corales griegas, apareció desde el militar aterrador hasta la niña indefensa, pasando por una voz en off a lo film de Tim Burton. A todo eso y más es capaz de dar vida esta 'mujer-orquesta'.
El peso del 'show' lo soportan las palabras, por lo que la también poeta, fotógrafa y cineasta se sirvió en su declamación de un panel digital con traducción simultánea en castellano. Esto es, la versión original subtitulada en el mundo del pop. Una concesión agradecida: nadie se quejó.
Por su parte, la formación intercontinental de acompañamiento quedó camuflada en la oscuridad, casi inapreciable. El bajo sinuoso de Skuli Sverrisson y los violines de acuarela de piélago de Eyvind Kang sumados a los teclados etéreos de Peter Scherer, crearon la atmósfera perfecta para el relato de Anderson. Notable, por cierto, en su capacidad de sugerir imágenes con sólo nombrarlas. Vallas publicitarias, portadas de periódicos y, por momentos, alguna escena de 'Million Dollar Hotel'. Sí, en 'Homeland' están las formas de Win Wenders y las intenciones de Michael Moore.
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