Texto y fotos: Juan Jesús García
Mark Knopfler: Un tipo sensato
Knopfler, que llegó en su avión privado desde Lisboa, despidió en Atarfe la gira española de presentación de su nuevo disco 'Kill to get crimson'; 'El de las Vespas' como ya ha sido bautizado por su fans.
Agotadas las entradas desde el año pasado, su concierto ha sido el que ha conseguido el 'completo' con mayor antelación en Granada. La reventa en internet ha alcanzado los 200 euros por entrada.
Representante como pocos del denominado 'rock para adultos', el escocés Mark Knopfler pasó por Atarfe con sus aires ausentes y reposados, de buena persona e incluso de anónimo vecino de abajo. El lleno completo desde hace meses y la efusividad de casi diez mil personas arrasaron la proverbial discreción del músico llevándolo en volandas durante las dos horas casi que duró su actuación, la última que ha hecho en la Península Ibérica tras pasar por Madrid, Barcelona y Lisboa en estos días. En navidades se agotaron ya las entradas para su recital, siendo el concierto que ha vendido todas las localidades con mayor antelación de los realizados en Granada, ganando incluso al de Bruce Springsteen por una semana.
Hay algo de un beatífico dar de comer a las palomas en la estampa de anoche, aunque encantados todos de ir a picar a sus manos. Lo mejor que tiene un público no adolescente es que tiene muy claro lo que quiere: en este caso escuchar las canciones (sobre todo) de Dire Straits, y el artista, que no lo ignora, se hace el remolón con su tranquilidad de nacimiento para ir enseñándolas de vez en cuando y graduar el tono del concierto. Y es que con una reventa a 200 euros en intenet (donde se leía: "vendo un mechero por 400 euros y regalo dos entradas para Knopfler en Granada") ¡cómo para que el mechero no tenga gas!
El dispositivo puesto en marcha por el Ayuntamiento de Atarfe para los grandes eventos aligeró los habituales penosos accesos y salidas de un macroconcierto de este tipo, y aunque por una noche la población duplicó su censo, no hubo problemas reseñables: correcta la llegada y 'razonable' el regreso a casa.
Santa Fender
Los que accedieron primero al albero se encontraron una imagen casi mística y publicitaria de la Fender Stratocaster, la roja, sola e iluminada en el centro del escenario como en un altar. Y eso que Knopfler las colecciona y tiene casi un centenar de guitarras, pero es ésa y no otra (bueno, casi sí: el dobro de 'Brothers in arms') la que representa a este artista en el inconsciente colectivo del público de dos generaciones, ya que desde los setenta hasta hoy padres e hijos lo han escuchado juntos. Y allí estaban, en Atarfe, "a un precio asequible, porque ir y volver a Madrid, comer, cenar, quedarte a dormir y perder dos días sale mucho más caro que los sesenta euros que ha costado venir aquí" decía satisfecha Ángeles, que con su marido y su hijo mayor, Pedro, fue el año pasado a Madrid para asistir al concierto que dio el escocés. "Yo soy más roquero, me gusta más el metal y el rock independiente, soy un loco de Lagartija Nick" dice su hijo de 20 años, "pero Knopfler es un clásico y esa forma de tocar la guitarra es única". Se refiere al toque entre inexperto y prudente que tiene este músico, zurdo pero tocando a derechas y que aprendió pellizcando con los dedos una acústica antes de hacer lo mismo con la eléctrica; una forma de sonar que, aún muy lejos de cualquier virtuosismo, le ha hecho figurar entre los músicos más influyentes del mundo. No es de extrañar que la gente se acercara a fotografiar su guitarra como quien se acerca a un altar a adorar ¡el brazo incorrupto de Santa Fender!
¿"¡Guapo!"?
Con un sonido impecable (¿cabe imaginar algo distinto en un perfeccionista como Knopfler?), técnicamente puesto en manos de Tim Robim, el mismo ingeniero que hace sonar como los ángeles a Van Morrison o Eric Clapton, fueron llegando los primeros temas, los 'más suyos', como por ejemplo 'Cannibals', la juguetona melodía con la que comenzó la noche tras subir pausadamente (¡todo en este hombre lo es!) desde el camerino por una escalera de caracol que lo conectaba con el escenario. Al tema inaugural le siguieron ', 'Why aye man' (todo un homenaje al 'Maggies farm' dylaniano), 'What it is' y 'Sailing to Philadelphia', tres de sus números más llamativos en solitario, y 'True love will never fade', la pieza central del último trabajo, escasísima representación del nuevo álbum 'Kill to get crimson'. Vestido de calle en tonos oscuros, camiseta negra y camisa estampada de 'medio luto' Knopfler nunca fue la alegría de la huerta estéticamente.
Uno escuchó varios piropos que le lanzaron, varios "¡Guapo!" desde la grada, lo que resulta reconfortante para todo el que anda por los cincuenta, o es señal inequívoca de con el tiempo descienden las exigencias. Pero ahí estaba él, con su aspecto de profesor de medias (de literatura inglesa a poder ser), sin ninguna otra concesión a los efectos especiales más allá de una pantalla redonda representando la caja de un dobro tamaño XXL; y es que Knopfler es la representación absoluta de la naturalidad, dejando los humos y rayos láser para otros que necesitan sacar conejos de chisteras, él sólo vende música.
Más de lo de siempre
En el primer tramo del concierto, tras 'Hill Farmer Blues', empezó en serio la fiesta al asomar la más pura esencia D.S. con 'Romeo and Juliet'; mano de santo, estruendo de aplausos, agua para el sediento sin trasvase ni barco cisterna ninguno; una melodía que asegura no cansarle y que levantó el ánimo del publico hasta la cubierta de la plaza de toros, contando con la satisfacción activa y cómplice del escocés que desde las cuerdas de su guitarra maneja el mando a distancia de las emociones del respetable.
En esta gira que ha dado por España se ha tratado de hacer un resumen comprimido de su carrera, en un momento en el que personalmente cada vez parece mostrase más distante de sus orígenes y con intereses menos concretos. El aficionado medio buscaba lo que buscaba, pero para el más iniciado fue muy grato encontrarse cortes del disco 'The ragpicker´s dream' (que no pudo tocar en su momento por un accidente de moto) así como disfrutar de nuevos arreglos, algunos casi de taberna folk, o ese tratamiento más guitarrero y menos convencional de los temas de siempre.
En el escenario casi zen por su austeridad estaban también músicos como Guy Fletcher en los teclados y Danny Cummings en la batería, viejos amigos de la época de los 'Sultanes del swing', y elementos clave en el sonido exacto y sin la menor estridencia, recto, llano y previsible como la carretera que cruza de La Mancha que escuchábamos; donde un tipo como el folclorista John McCusker también tuvo su momento de notoriedad en la versión campestre de 'The fish and the bird'.
Quizás la parte central de la actuación fuera la más autocomplaciente y horizontal, porque Mark Knopfler no es un tipo que se haya caracterizado por tener una gama infinita de posibilidades y no hay nada de nuevo en confirmar que corre el riesgo de ser un tanto redundante; así, cuando se relaja la cosa funciona por inercia al borde del más de lo mismo, que viene a ser también más de lo de siempre. Un buen momento para ir a beber o a desbeber.
Casi como Maradona
Pero cuando estás en la mitad de la cola es cuando aparece 'Sultans of swing', aquella canción que salió en 1978 (¡hace ya treinta años¡) y que la legendaria tienda Musical Callejas se hartó de vender durante dos temporadas porque, lejos de cualquier promoción y de la apariencia posterior, Dire Straits fue un grupo que surgió lentamente de la nada gracias al boca a boca. Tras ese indeleble riff a pulso, y ese estribillo perezosamente entonado con la nasalidad gangosa del viejo Dylan, ya nada volvió a ser igual en Atarfe: la gente se desentumeció, se levantó, y el artista con su monacal sencillez escénica no necesitó de más focos para brillar por dentro como un Gusiluz, del swing obviamente.
'Brothers in arms' fue otro de los picos de su aseado concierto, ya lanzado, en el que cositas (¿menores?) como las más reconcentradas y personales 'Marbletown', 'Daddy's Gone to knoxville' o 'Postcards from Paraguay' funcionaban como lechuga entre la col y col de 'Speedway at Nazareth' o 'Telegraph Road', cerca entonces del final. A estas alturas, a diferencia aquel penoso concierto que dio Jethro Tull (otro referente que oscila entre el rock y el folk) en el mismo escenario el año pasado, Knopfler había despejado perfectamente la incógnita de la comunicación, y la equis era muy positiva: "no es dios como Eric Clapton, pero se sienta a su lado como Maradona" decía un espectador vecino, obviamente argentino; mientras, eso sí, se unía al más castizo coro del "Eo-eo-eo-eo..." para pedir el bis preceptivo.
Mitad por mitad
A la hora de escribir está crónica Knopfler estaba ya en plena apoteosis. Tenía previsto soltar en coso a 'Brothers in Arms', (la otra madre del cordero de la casa), 'Our Shangri-la' y 'So Far Away', una jugada que es como poner en la mesa un trío de comodines y llevarse la banca (bueno, eso ya lo había hecho: 9000 personas a 60€ cada una son...pregunta, respuesta, tiempo... ); póker definitivamente completo con la celebre 'Going Home' de la película 'Local hero', pieza inflapechos con la que suele terminar este año sus actuaciones. Todas cartas marcadas (y en la manga quedaban cosas como 'Money For Nothing') por un tipo que tras su apariencia beatifica es un tahúr tranquilo que sabe a qué se juega en el casino del espectáculo, y que ya lo dijo en la entrevista que publico Evasión ayer: la mitad del concierto se la reserva para él, pero la otra mitad la compra el público con la entrada. Y ese equitativo reparto de intereses no falla nunca.
Al terminar dos horas de concierto, un escenario instalado por el club de fans en las inmediaciones del Coliseo albergó actuaciones de grupos clónicos de Dire Straits, una tan astuta como entretenida manera de demorar la salida simultánea de miles de coches a los accesos de la Autovía. En Atarfe, desde la primera nota del concierto hasta el último detalle de organización, todo estuvo pensado, previsto y funcionó (más o menos) como debía. Sólo falto 'Money for nothing', pero no procedía.
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