Texto: Paco Salas
Fotos: José Rojas
Nuestra llegada al Festival coincide con las propuestas África I y II, que no está mal para abrir boca, o sea, para quedarte boquiabierto con la eclosión de sonidos, estilos y personajes encima del escenario natural de Lanuza durante las noches del jueves y el viernes (20 y 21 de julio).
De Tony Allen decía el gran Fela Kuti que era como tener cinco baterías en uno, y no le faltaba razón. Aquí apareció con un quinteto muy sólido al que deja explayarse en su propuesta de afrobeat la mutación rítmica feroz entre el jazz, el funk y la música africana, para ir tocando palos de una manera contundente y poner las cosas en su sitio. Concierto precioso que dio inicio a una larga noche musical y festiva, que empezó con Nigeria y acabó con Malí tras un breve descanso.
Apareció el esperado Salif Keita desde Malí, para redondear musicalmente la noche. Aquí no hay trampa ni cartón, sino mucho oficio y mucho arte por parte de este rompedor de tabúes. Su perseverancia, talento y clarividencia han hecho que este negro albino triunfe personal y profesionalmente allá por donde va. Interpretando los temas de su último trabajo discográfico M'Bemba, Salif nos ofrece su voz perfecta, tierna y conmovedora, en compañía del grupazo de diez músicos que lleva en esta gira. En "Bobo" llega a confesar que es feliz, con lo que tenemos que alegrarnos todos, pues desde que empezó su camino musical no lo tuvo fácil. Lo que tiene se lo ha ganado a pulso y sin anestesia y así nos lo demostró la noche del jueves para regocijo y disfrute del gentío que nos juntamos en el recinto de Lanuza para abrir las noches africanas.
La noche del 21 empezó como la anterior, con músicos de Nigeria. Si Tony Allen apareció el día anterior con un quinteto, Seun Kuti & Egypt 80 llenaron el escenario con 18 músicos, que no pararon de arrear cera desde el principio hasta el final. El hijo menor del gran Fela Kuti ha heredado la banda de su padre, donde él es el más joven y su madre participa en los coros.
La impresión que me dieron los primeros vientos me retrotrajeron en el tiempo a Osibisa, pero a medida que pasaban los minutos la historia era la esperada: un pasón de afrobeat que no dejaba parar a nadie del público, que bailó incesantemente durante toda la actuación.
Para los amantes del afrobeat, que son muchos y muy entendidos, fue la gloria. Para otros, entre los que me incluyo, una buena actuación, muy entretenida, pero un poco hartiza, por la cosa repetitiva y cíclica de esta modalidad musical.
Hay cosas que, como la prueba del algodón, no engañan. Y esto es lo que pasa con los conciertos de Cheikh Lô, que te ofrecen un paseo musical de alta intensidad y te dejan con la boca abierta para un buen rato. Este tipo es un artista de la cabeza a los pies, con un grupo compactísimo y lleno de virtuosos.
Desde que le produjera su primer disco Youssou N'dour hasta el "Lamp faal" último, se ha visto el crecimiento musical meteórico de Cheick, que ha sabido incorporar diferentes estilos de músicas africanas con otras europeas y americanas hasta conseguir un sonido propio e inconfundible que lo distingue de otros. O sea, lo que buscan muchos artistas y encuentran pocos. Este seguidor de baye fall, una variante senegalesa del Islam, ha perseverado en sus búsquedas musicales y espirituales hasta llegar a un punto de serenidad y regusto en las propuestas musicales, que te va metiendo poco a poco en su rollo hasta envolverte en una atmósfera de ritmos y colores que pocas veces podemos ver encima de un escenario. Y esto es lo que consiguió esa noche Cheick Lô para cerrar la segunda noche de las músicas de África.
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