Texto y fotos: Juan Jesús García.
Coti: ¿Quién dijo error?
Ernesto Sorokin se ha convertido este año en el nombre revelación del panorama mayoritario del pop. Ha sido una carrera de medio fondo de cuatro años desde la nada hasta el casi todo, a base de confianza en si mismo y sobre todo insistencia: tocar, tocar y tocar, sin desatender las a veces agotadoras labores promocionales. De seguir así para el año próximo podría subir de categoría y estar llenando grandes recintos como ahora lo hace en salas de capacidad media como la Copera, que completó con facilidad.
No es nada nuevo en el rock y el pop argentino la facilidad melódica, que es una seña de identidad propia de casi todos los artistas de aquel país, desde los grande nombres a nuestros vecinos Maldonator (en Almuñécar) o Michelini (en Almería). Esa alegría melódica de Coti que es su banderín de enganche le llega por vía genética y figura impresa en su pasaporte. De su eficacia cuenta el propio artista que su 'Fue un error' sonó en un móvil viajando en el tren y terminó todo el vagón cantando. Y eso es lo que no pararon de hacer un millar de personas ante él, cantar y hasta echarse unos bailecitos con el booguie 'Te quiero invitar a dormir'. Porque sus canciones se pegan como chicle y cuesta Dios y ayuda quitárselas de encima.
El formato de su último disco, más electroacústico, beneficia la naturalidad de sus temas, que suenan más sinceras cuanto menos tratadas y más espontáneas se escuchan. Un detalle a tener en cuenta para explicarse cómo siendo ya conocidas en discos anteriores no habían tenido la aceptación actual. Con aires camperos, temas como 'Soledad' o 'Cuando te vayas' sonaron en la Copera asequibles y amigables para dar la bienvenida a su gente.
El público (sobre todo ellas) se las sabía todas y no paró de acompañar al rosarino hasta robarle la voz solista, con la frescura contagiosa de la confianza y la complicidad que él provoca y explota. Y es que al margen de su habilidad para enhebrar melodías adhesivas sus historias de amores y desamores sin demasiada complicación, aliñadas con algo de picardía miloguera y que con su pizquita de pimienta social son fácilmente compartibles por un público medio, que es la mayoría. Los que prefieran complicarse la más la vida que busquen a Calamaro.
Con muy buen manejo del escenario, estampa resultona, coqueto y muy cuidadoso con su imagen (¡ese pañuelo que provocó suspiros cuando se lo quitó!) Coti domina perfectamente los recursos de la comunicación, dando de comer al respetable en su propia mano, literalmente por ejemplo, al saltar a la barrera. Además se ha rodeado de un equipo competente que supera holgadamente los mínimos exigibles para un peso medio. Entre sus acompañantes estuvo su hermano Matías y el impagable Alex Olmedo (Naranja China y las Mentiras) convertido en su segunda mano derecha.
Obviamente no estuvieron las chicas, ni Julieta ni Paulina, pero con el coro mayoritario de señoritas haciendo las voces de 'Mis planes' o 'Igual que ayer' no faltó el perfil sensual de su vídeo 'Nada fue un error'. Canción reservada para el final tras un concierto con su zona más rocanrolera, versiones de Sabina y Los Beatles en recuerdo a Lennon, algún tango y un final apoteósico, que con semejante 'equivocación' ha hecho de él un midas del pop: todo lo que toca se convierte en oro. Final feliz para un concierto de esos en los que comercialidad y calidad no son antítesis y que para muchos de los presentes, por la edad, pudiera ser el primero al que asistían (ellos, y también sus padres desde la puerta).
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