Texto y fotos: Juan Jesús García.
Lapido aquí y ahora
"En otro tiempo y en otro lugar" se llama el disco con que José Ignacio Lapido quería despedir el año. Pero siempre nada mejor que hacerlo en directo con su presentación. No se sabe por qué suele elegir siempre los últimos meses del año para estas cosas, pero así es, y la lluvia y el frío son un decorado muy atractivo para el tono de sus canciones, no tanto para las taquillas ya que suele impedir que acuda la infantería.
La autogestión discográfica ha tenido al autor granadino más entretenido de la cuenta este año; hacerse cargo de todo tiene esas servidumbres, pero los resultados están gratificando el esfuerzo, y según cuentan las crónicas, la aceptación de sus conciertos está siendo muy alentadora. Incluso en Granada, donde estas cosas suelen ser motivo de miradas de soslayo e intenciones aviesas. Pero con Lapido curiosamente se hace una excepción, por altura e historia se le reconocen los méritos y despierta un respeto inusual por estas latitudes. Validarlo en directo es algo relativamente fácil para él, cuyos conciertos, sobrios y graves, si algo tienen es la garantía de presentación habida cuenta de su meticulosa y autoexigente profesionalidad.
Hay algo también este año alrededor de este autor que no ha sucedido en otras ocasiones. Los medios le han atendido con mucho más interés y, en algunos casos hasta reverencia, como si quisieran compensar la menor atención prestada a sus anteriores trabajos. O quizás simplemente se trata de que siendo él mismo su propio patrón el mecanismo publicitario rinde más. El caso es que flota en el aire la necesidad de Lapido. Y así el 'casi todo Granada musical' acudió a su concierto, como antes sólo lo hacían sus seguidores, que si no muchos, desde luego sí le profesan verdadera devoción. Gente de los grupos, del rock, del pop y hasta del jazz, caras conocidas de la prensa y los medios, algún político que otro, y todos los pertenecientes a la generación de los ochenta que da la sensación de que sólo se reúnen (nos reunimos) en los conciertos de José Ignacio y, ley de vida, en los entierros.
En el Zaidín habíamos comprobado el buen grupo que ha armado a su alrededor (Víctor Sánchez, Sergio Martín, Raúl Bernal y con Popi González sustituyendo a Antonio Lomas, ahora 'road' de Lori Meyers) y lo bien que funciona el nuevo repertorio en las tablas. Con la americana negra que convirtió en uniforme ya en los Cero y su tradicional SG "color vino", el imperturbable sonido de Lapido, en ocasiones muy seco y austero se ha visto completado en los últimos tiempos con la adición de los teclados que le aportan una atractiva temperatura de color, aún sin perder la compostura, que en la música que a él le suena en la cabeza se escribe con riffs de guitarra que duelen como clavos en las manos. Fidelidad a un sonido propio y a una forma de hacer canciones fácilmente identificables como suyas e intrasferibles, por más que lo hayan intentado en dos homenajes. Desde el título del disco sugiere su pertenencia a otro mundo que poco o nada tiene que ver con el aquí y el ahora de la música en nuestro país, y en cierta forma no le falta razón: esas canciones no son habituales en las radios ni los suplementos de música, ni en las carpetas de los institutos.
Canciones que él autodescribe como "de flores y alambre de espino" y donde el narrador se guarda para el final la sonrisa ácida del 'no todo esta perdido', aunque lo parezca por sus palabras.
Cada vez con más registros expresivos en su voz, José Ignacio utilizó ocho de los doce temas de su reciente disco como hilo conductor de su concierto, aunque no faltaron temas de los anteriores y citas a los Cero, que como: 'En el laberinto'', 'Espejismo número 8', 'Esta noche' o 'Qué fue del siglo XX', le sirven de comodines para enredar lugares, tiempos y emociones. Le llaman 'el maestro' y cuando el maestro habla, los demás callan. "Está escrito en la ley".
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