Texto y fotos: Juan Jesús García.
Randy Weston: un africano por la acera del casino
En su segunda visita al festival de Jazz de Granada, Randy Weston repitió formato aunque en este caso incorporando una batería no anunciada, la de Jazz Sawer. Pero puede que todo se mueva alrededor de este gigante (en toda la extensión de la palabra) pero su norte sigue siendo el mismo: el sur.
Durante los años sesenta, cuando la idea del regreso a África se impuso entre la cultura negroamericana, él fue uno de los que realizó el camino inverso, fijando su residencia en Tánger, donde abrió la asociación African Rhythm Cultural Center, fundó el festival de música africana y afroamericana de Tánger y hasta abrió un club. Desde entonces Weston ha ahondado en las milenarias tradiciones del Magreb hasta convertirse en un erudito de la cultura gnawa.
Su concierto en Granada fue una evocación de sus memorias africanas, de las suyas y de las de los demás, en especial las de Duke Ellington, Dizzy Guillespie por la parte más explícita (de este último recreó el 'Africa sunrise' que hiciera con Machito y apuntó el 'Salt peanuts' ) y de las de Fats Waller y Thelonius Monk, más matizadas. Desde el 'Caravan' inicial, solo y un tanto frío todavía, hasta el 'St Thomas final' (siempre dijo que el calipso era la fusión perfecta entre África, América y Europa), el cuarto continente estuvo presente de una manera o de otra en lo que se oyó la noche del sábado.
Weston es amigo de la creación de ambientes oscuros y complejos, de la utilización del silencio como recurso intimidante y misterioso, de la firmeza en la pulsación, de los graves para dar profundidad y de repetir las melodías con insistencia ritual o como ecos lejanos de esos paisajes imaginados en la distancia en los que el tiempo es un concepto inexistente. Una espiritualidad sugerente y bien regada con la petaca que escondía bajo el piano.
Pero en este concierto, salvo en su medley-introducción, no recabó para si mucho protagonismo, cediendo el paso al impetuoso bajista panameño Alex Blake, cuya espectacularidad arrancó aplausos y perplejidad por sus peculiares maneras. Pocos recuerdan que él estuvo ya aquí acompañando a Manhattan Transfer en su momento y ya recabó muchas atenciones, y con Weston es intermitentemente fijo desde su disco del 'Espíritu de los ancestros'.
Estrenando unas botas de montar sevillanas, el bajista se mostró como un volcánico instrumentista, empujador hasta llevarse por delante el recato místico del primer Weston y darle la vuelta al concierto. Tocando como si fuera un guitarrista rítmico, de rock por lo menos, en ocasiones entrando por el flamenco para terminar sonando como una kora mientras a la vez susurraba una suerte de himnos tribales, su presencia fue arrolladora. Al percusionista le quedó una función casi decorativa, interiorismo ambiental y exótico más que rítmico ya que le bajista de apropió de este terreno.
Hay pocos músicos tan fiables en concierto como Weston, (en temario casi nunca falta su 'Hi Fly' aunque sí lo hizo 'Little Niles' su otro fijo). Es una garantía de un buen concierto, accesible, sorprendente y emotivo. A sus 79 años Randy Weston nos explicó durante dos horas que el jazz no tiene pasado ni futuro, que se escapa de las normas, incluso de las propias, y se reduce a la confesión espontánea, pública e irrepetible de los misterios interiores de cada uno. Que no es poco.
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