Texto y fotos: Juan Jesús García.
Kansas: Polvo por brillo.
Cuando los dinosaurios poblaban la tierra musical, Kansas, junto con Boston, Yes, Genesis o Pink Floyd y demás monstruos vivían a sus anchas entre los prados discográficos.
Esto ocurría en la segunda mitad de los setenta, hace 25 años, los mismos que celebran con esta gira que rememora aquellos tiempos justo anteriores a que el infeccioso punk acelerara (o no) su desaparición.
Un cuarto de siglo después de que 'Point of know retourn' se convirtiera en disco de megagiga platino asegurándoles una jubilación digna, ellos la entretienen actuando en lugares donde nunca antes lo habían hecho. Con una formación original casi al completo, el grupo cruza el mundo ahora llevando la antiguanueva de una forma de hacer música antediluviana, pero que con la distancia resulta agradable de volver a escuchar.
En el recinto del lago de la Ermita de los Tres Juanes, el mismo sitio donde el año pasado se estrenara por aquí Ian Anderson con sus Jethro Tull y hace quince días tocara la Glenn Miller Orchestra, los de la ciudad de Kansas también estuvieron la noche del sábado 18 de junio, dentro de la primera gira que incluye nuestro país.
No es ya el grupo de los montajes desproporcionados de sus buenos tiempos, algo que ya no se estila por su alto precio, sino más bien un quinteto-sexteto con cierta modestia técnica en sus presentaciones y más intereses musicales que de otro tipo. Con el violinista Robbie Steinhardt por delante como centro de las miradas y único agitador del show, asistimos nuevamente a la metamorfosis del rock sinfónico, o de cómo se fue convirtiendo progresivamente en AOR (Rock orientado a los adultos).
Perfectos en sus ejecuciones, sobre todo en las vocales, cuyas armonías se dijo en su momento que eran similares a las de Crosby, Stills y demás familia, los Kansas del nuevo siglo dieron el concierto que se esperaba de ellos sin necesidad de hacer ninguna concesión a la modernez.
Temas con aspiración de suites, de inspiración tan clásica como folk a ratos, largos, paisajísticos y muy ambientales, con cascadas de pianos, diálogos continuos entre violinista y guitarra, y esas caídas de ritmo de vértigo marca de la casa, sin más red que la voz al fondo como un hilillo suspendido sobre el silencio. Todo ello presentado con una presión moderada y une extremado brillo sonoro en el no cabía duda, mancha ni error.
Y aunque fuese su baladón acústico y calientabajos (o al menos para eso se usó en su tiempo) 'Dust in the wind' su seña identidad para la posteridad, delante de ellos hay que reconocer que el inconsciente colectivo conserva otra larga colección de melodías de su autoría: sean 'Carry on Wayward Son', el mismo 'Point', 'Hold on' , 'Song for América' o la sentida 'Play the game tonight' entre otras muchas, que nos confirman que este grupo mitológico tuvo más peso en nuestra educación sonora y sentimental del que a priori uno recuerda. A veces el polvo del tiempo no es caspa. Un concierto de los que ya no se hacen.
|