Texto y fotos: Juan Jesús García.
Jethro Tull: La trampa del tiempo
El concierto de Jethro Tull en Atarfe tenía el aspecto de una convocatoria tardía de septiembre para toda una generación, en muchos casos acompañada de la siguiente, para superar una asignatura de primera juventud. Si el flautista de Hamelín hubiese intentado hacer subir a sus ratones por las rampas de la Ermita de los Tres Juanes el cuento hubiese terminado en fracaso, pero Ian Anderson tenía mucho más magnetismo que su colega histórico y consiguió que casi 3000 personas adultas remontasen de cualquier forma esas subidas de premio de la montaña como pudieron. Aunque parezca que la ley de la gravedad siempre se cumple, bajarlo fue mucho más penoso, pero esta es otra historia.
Y digo que el flautista de Jethro Tull tenía mayor poder de atracción porque es posible que tal situación no se vuelva a repetir ya que este concierto es uno más desequilibrados que uno ha presenciado en años: la motivación y las ganas estuvieron más presentes y con más fuerza en el público que en el grupo. La demora de años en poder escuchar a Jethro Tull alimentó algunas expectativas desmesuradas que no se pudieron cumplir, por que también por ellos han pasado ya tres decenios más. Sobre todo por su garganta, escasita y que ya no llega donde requieren algunos de su clásicos, como tampoco la formación que presentó parecía dispuesta a hacer poco más que lo justo, bordeando la desidia, y pisando la desilusión.
Visto lo oído Anderson se ha ido situando en el terreno donde pueda moverse cómodo, términos rítmicos medios más aptos para un concierto en un teatro que de pié al aire libre, con mucho espacio para la flauta, en la que mantiene perfecto sus euforizantes maneras percutivas y silábicas de tocar ¡"que dios te guarde el soplío hijo" le gritó una castiza fan. Y con más tiempo para el Anderson cuentacuentos y juglaresco con su guitarra barroca que para el altisonante líder de una banda de rock duro se desarrollaron las tres cuartas partes del concierto.
Empezar con 'My Sunday feeling' y el 'Cross eyed mary' prometía una buena noche a pesar de las carencias, pero a partir de ahí el repertorio derivó hacia lo posible más que a lo deseable, y el concierto se empantanó, despuntando pequeñas joyas como el breve apunte que hizo de 'Too Old to Rock and Roll: Too Young to Die', el 'Song from a wood' o la exquisita y marcial en este caso 'Buree'. Remontó a ritmo de blues en 'Mother Goose' y enfilaron ya la despedida con un romo 'Locomotive breath', uno de los riffs más celebres de la historia del rock and roll, para entrar en los bises de nuevo con un recordatorio de lo que fue el grupo y hoy por hoy no es: 'Living in the past'.
Pero siendo justos no hay más que mirarse la cintura o el brillo craneal para comprobar que tampoco los espectadores somos lo que fuimos, así que el tiempo nos ha jugado una pasada a todos. Y el error de muchos de los presentes quizás fue que esperábamos volver a escuchar lo que ya es imposible que suene de nuevo. Ian Anderson en una entrevista lo decía claro: "somos un grupo de viejos tocando la flauta para otros viejos que aplauden". Que duro es aprobar asignaturas en la tercera edad.
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