Texto
y fotos: Juan Jesús García.
Lou Reed, hay vida tras el rostro impenetrable
Mr Reed es uno de los escasos nombres de su generación que mantiene en perfecto estado su aura mítica de leyenda. A ello colabora su larga carrera en la que ha habido altos y bajos pero ningún desliz ni atentado contra su propia integridad o dignidad artística. Por eso cualquier aparición suya por nuestros escenarios no puede menos de ser calificada como excepcional. En Granada apareció en su versión de bolsillo, casi con lo que se ha podido llamar en algún momento 'un desenchufado'.
De cuero, camiseta negra y Telecaster de lamé, el padre (abuelo?) del punk ruidista mantiene intacta su leyenda, si acaso tras su rostro impenetrable, tras su mirada retratada en hielo se percibe a pocos metros la luz de la emoción. Sí, hay vida dentro de cara de piedra, vida que le sale por unas pupilas con un poso de ternura al fondo, y por las manos reconvirtiéndose y reinventándose una vez más. El Lou Reed que vimos lejos está del Lou de 'rock and roll animal', fiera urbana al borde del desastre y con una banda de sonido formidable y rijoso, ni del Lou suicida con la aguja colgando de la vena en Berlín, tampoco del apocalíptico generador de distorsiones cacofónicas de 'Metal Machine'. El Lou que vimos es un personaje austero con perfiles arty, con el sonido sobrio y justo de, por ejemplo, el disco 'New York', un compendio de todos los Lou Reed' s pero sin ánimo de epatar sino más bien de gustar. Y gustó. Y mucho.
Así al pronto sin batería su música cobra cierta ingravidez que la envuelve de irrealidad; los apuntes de un 'Sweet Jane' nada más empezar conjuró a uno de sus demonios obligatorios para quitárselo de encima. Nunca Lou fue un tipo dispuesto a interpretar sus grandes
éxitos, y si lo hace es, como en su última antología desde una perspectiva tan personal que nunca se estará de acuerdo con ella. La dulce Jane sirvió de presentación al grupo: su segundo Mike Rathke, el hombre para todo Fernado Sunders, la chelista Jane Scarpatonmi y el frágil vocalista Anthony, más su profesor de tai-chi en la coreografía (?).
En el planteamiento de estos conciertos uno intuye el concepto artístico de su pareja Laurie Andersen por detrás, sí aquella que gritaba lo de "vamos a ver quién es aquí el más macho?". En la pretendida exactitud, en la perfección a costa de la impulsividad y la extroversión, en esa oscuridad a media luz, uno encuentra la mano teatral, elitista y fría de la chica del 'Superman'. En cualquier caso la relectura de los clásicos y menos clásicos bajo este prisma resultó impecable y seductora en su facturación distanciada. En este esquema de trabajo reduccionista hay sitio para que Lou, a fin de cuentas un artesano del rock, cuyas canciones son muy sencillas de tocar, un tipo con el tiempo reinvertido casi más en letrista de sus propias limitaciones de las que ha sabido extraer el máximo de posibilidades, Reed digo, no olvida que fue el patrón del ruido como elemento a añadir a sus riffs y a sus lecturas ácidas con aliento de tubo de escape. Hubo ruido y paz, distorsión y silencio, voz, y tres portavoces: él, rapsoda oscuro y hierático, Saunders por arriba y en clave soul y Anthony, así sin apellidos, invitado ultra sensible que aún mucho más arriba contrastaba por su fragilidad de honda tristeza; curioso este detalle, ya que como Van Morrison se hace suplementar por arriba lo que el tiempo
ha labrado pacientemente en graves y experiencia.
El concierto de Granada, como el de esta gira recorre al Lou ancestral con estos ojos nuevos, piezas como las estremecedoras y berlinescas 'Men of god Fortune' o la imponente 'How do you think it feels' conviven justo al lado de un 'Ectassy' que podría ser bailada por Sara Baras. En este material Saunders sirve para todo, toca bajo, guitarra, contrabajo de aire, canta y ocasionalmente lleva una percusión electrónica de bajísima fidelidad para marcar y engordar los graves con el bombo;
Rathke habla el mismo lenguaje que el maestro en la guitarra y con el teclado es minimalista hasta proporciones nanométricas, mientras que la Scarpatoni aporta el sabor melancólico de la madera y, el recuerdo nada oculto de la viola chirriante de John Cale, cuando, por ejemplo en 'Venus In fur', explota literalmente.
En este recorrido por su vida sonora, aparecen maravillas lejanas reinventadas como 'Sunday morning', 'All Tomorrows parties' la i-m-p-e-c-a-b-l-e 'Perfect day' , junto a la aflamencada 'Ectassy' o la trotona y auto-remix 'Dirty Blvd', más cercanas en el tiempo, al lado de partes de su reciente letanía poética por Allan Poe 'The Raven', chino incluido, que en un par de zapatazos fracturó el caro y frágil parquet del escenario.
Y cuando ya nadie lo esperaba el grupo salió y se marcó un 'Walkin' fuera de programa y con la línea de bajo cambiada. Elegante y sobrio, como un traje de noche negro. Perfecto maestro.
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