Texto
y foto: Juan Jesús García.
Mark Eitzel, presente imperfecto
Hace unos días hablábamos del futurismo heavy-scifi de freak XXI, un panorama sonoro de teleserie infográfica post Matrix. Nada que ver con el mundo en el que vive Merk Eitzel. Para el americano no hay efectos más especiales que los personales, apenas (y duras) trasferibles estrujándose emocionalmente en vez de disparar nada programado ni fuera de uno mismo. Música sintética frente a orgánica, pero orgánica a morir en directo oiga.
El líder que fuera de los añorados (y nunca bien ponderados) American Music Club sabe bailar con la más fea, es más: es su especialidad. En Granada, el primer día de borrachera popular generalizada de las cruces no parecía el mejor momento para el tortuoso y doliente americano; él mismo preguntó sorprendido las razones de semejante desmadre al poco público que acudió a escucharlo, donde sorprendían las ausencias, entre otras muchas caras, de la tropa de cantautores locales, cuyo embarracamiento con los trovadores cubanos les impide abrirse de orejas y acceder a otras sensibilidades, aunque vengan del corazón del imperio. Curiosa paradoja cuando a fin de cuentas Eitzel, haciendo caso omiso de su pasado y su origen, asegura ni ser americano ni tener nada que ver con el rock.
Solo con su guitarra y recabando silencio para su intervención (en otras llegó a sugerir que ni siquiera se le aplaudiera), el que se denominara 'hombre invisible' representó perfectamente tanto su situación como la nuestra, la de un autor con ventitantos años de oficio y pocos de beneficio y un público escaso y con ganas de sufrir de placer. De esa situación, y no sólo la suya personal sino también la mundial, le viene el resabio irónico y una notable sombra de perdedor. Sus canciones son visiones de esos mundos, el propio y el ajeno, desde una perspectiva en la que la intensidad no necesita de grandes exhibiciones, son lineales y tristemente hermosas. Letanías casi cinematográficas, visiones historiadas en las que su voz grave, sus pronunciación exquisita y sus confesiones de monólogo podían traer a la memoria al dramático Shawn Phillips o al enfático Ritchie Havens, próximo a éste hasta en el metal de la voz y en la forma de empujar las canciones, en voz alta, entre la confesión desesperada y el parto con dolor.
Más animoso hubiese sido la velada acudiendo a las piezas del disco que se suponía presentaba 'Music for courage & confidence' , ya que al ser versiones hubiesen alternado con sus maneras más lineales. Pero no ocurrió, salpimentando buena parte del material procedente del AMC con curiosas anécdotas familiares, domésticas o religiosas, como la que le ocurrió a partir de 'Christian Science Reading Room', distendimiento con un fondo de sonrisa amarga que relajaba la reconcentración de sus piezas, que algunos han comparado en profundidad con las de Cohen, con el que coincide en calado emotivo, aunque no tanto formalmente. Apreciaciones escépticas muy oportunas en sitio y hora y que demuestran que el reino de Eitzel tampoco es de este mundo, o por lo menos del que nos rodea, y menos el día-semana de la Cruz.
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