Texto: Juanma Cantos
Fotos: Javier Rosa
Jazz
entre amigos
El
tercero de
los conciertos "grandes" del
veterano y más que recomendable Festival de
Jazz de Granada trajo hasta el escenario del
Teatro Isabel La Católica a una de las big
bands más radiantes de cuantas se conocen en
el panorama jazzístico internacional,
considerada hasta en tres ocasiones como la
mejor banda de jazz por la revista
especializada "Downbeat".
La big band homenaje a la figura siempre
inquieta y polarizadora de admiraciones y
tirrias como fue la de Charles Mingus,
encontró en el teatro granadino un espacio en
el cual desplegar con frescura, llevando al
extremo el imprescindible lucimiento
improvisativo del buen jazz, una cascada de
solos en la que participaron los catorce
músicos que pisaron el escenario, llenando el
ambiente de un aroma a libertad de expresión
musical sólo roto por la lógica cordura que
ha de imponer el director musical cuando tanto
gran músico suelta sus alas.
Craig Handy, jovencísimo saxofonista de una
exquisitez innegable, marcó y barajó con
destreza, siempre respaldado por el también
saxofonista John Stubblefield -la veteranía
manda-, a un conjunto de músicos que brilló
tanto en los solos como en la conjunción de
timbres de un repertorio en el que hubo
tiempo, minuto a minuto, para el deleite a
ambos lados del escenario.
Ya desde el comienzo del soberbio
espectáculo, las constantes bromas del
vivaracho trombonista Ku-Umba Frank Lacy, que
se hacía notar tanto por su inusual atuendo
como por su particular prestancia, hacían
prever que los músicos no se iban a dedicar,
meramente, a cumplir el expediente, sino que
aprovecharían la receptividad del público
para, en un planteamiento de informalidad bien
entendida, lucir galas, brindar un
espectáculo alejado de la seriedad que el
entorno pudiera haber condicionado y dejarse
llevar, en cada compás, por lo que la música
transmitía.
Y, efectivamente, la sensación que la banda
ofreció al público fue esa. Los músicos no
podían ocultar que lo que más les gusta es
tocar, vivían el desarrollo de los temas en
constante movimiento sobre el espacio físico
que les correspondía y se agolpaban en las
armonías, tensando la maquinaria sonora, con
las secciones de saxos y trombones como
verdaderas locomotoras, hasta llegar a hacerla
vertiginosa y vibrante, atendiendo con soltura
a los acompañamientos en las muestras de
excelencia plasmadas en la práctica totalidad
de los solos.
Ku-Umba Frank Lacy tomó el protagonismo en el
"Spideman" que abrió el concierto,
cantando con dinamismo las estrofas y dejando
un solo de trombón espectacular y expresivo,
precedido por un solo del saxo tenor del
jovencísimo Wayne Escoffrey, protagonista
central en innumerables pasajes del concierto,
y seguido por un breve, pero no por ello menos
espectacular, solo de piano a cargo del
recatado y veterano John Hicks. Donald Edwards, al frente
de la batería esa noche, remató la primera pieza del concierto con
un solo con el que demostró que no
es necesario un amplio movimiento de brazos
para hacer sonar su instrumento con energía.
Incuestionablemente influenciado por estilos
musicales ajenos a la ortodoxia jazzística,
el baterista hizo ver que la mezcla de
juventud y veteranía de la que hace gala la
banda da juego para ampliar la panorámica
interpretativa hasta terrenos poco
acomodaticios y permite exprimir el brío que esta
música atesora por definición.
Y para brío, el solo de Earl McIntyre en
"Devil Woman Blues". Contrariado por
un problema en los monitores del escenario, el
veterano músico extrajo notas inverosímiles
a su trombón, mezclando sordina, mano y golpe
de pulmón en un gustoso caos, antes de dejar
sitio para los momentos grandes del concierto,
plasmados en el heterodoxo y potente solo de
trompeta de Kenny Rampton, rematado por unos movimientos en la
escala de los que hacen época, bromeando con
el instrumento y captando sonoridades poco
frecuentes, y en el solo de John Stubblefield,
quien, tras lucirse en plan figura, se coronó
alargando más y más, hasta el infinito, la
última nota en una auténtica tesis en
directo de las aplicaciones de la respiración
circular al saxo tenor. Inolvidable.
Los veteranos cedieron un momento de
protagonismo a los nuevos valores y el
abrumado -por tanto musicazo a su alrededor-
trombonista valenciano Carlos Martín tuvo sus
minutos de gloria. La seriedad del
joven valenciano contrastó con la jocosa
aportación final de la tuba de Earl McIntyre,
quien, sin acompañamiento del resto
de los músicos y, siguiendo las indicaciones
de John Stubblefield -"lower, lower, lower,
lower, lower..."-, se quitó con buen
humor la espina clavada
en el primero de sus solos y, esta vez sí,
pudo regalar sonidos a su gusto.
Sin hacerse de rogar demasiado, ante la
unánime aclamación de la concurrencia, los
catorce regalaron una ágil versión del
"O.P." de Oscar Pettiford que aún
no he podido dejar de tararear.
La
Mingus Big Band actuó en el Festival
Internacional de Jazz de Granada
Texto:
Oficina de Prensa del Festival
La multitudinaria formación recordó al compositor a lo largo de un concierto de dos horas plagado de individualidades estelares.
El proyecto, liderado originariamente por el saxofonista Al Foster, reivindica el legado de Charles Mingus bajo la (férrea) tutela de su viuda Sue. Esta fue la banda que cerró en Granada, de nuevo con el
Teatro Isabel la Católica lleno, el primer fin de semana de la XXIII edición del festival de Jazz.
Sería la cuarta ocasión en la que el festival granadino acudía al nombre del enorme bajista y compositor cuya vida fue autobiografiada descarnadamente en el libro 'Menos que un perro bastardo'. Primero vinieron la Last Mingus Band, luego la Mingus Dynasty, posteriormente la Mingus Epitaph y ahora la Big
Band que lleva su nombre y para la que incluso se han rescatado partituras perdidas e inéditas del colérico y misógino bajista. Fallecido en 1979, este festival que le ha homenajeado en tantas ocasiones nació el mismo año de su muerte.
La orquesta de Mingus (en propiedad de su mujer) es una entidad inestable y siempre cambiante por la que pasan numerosos músicos y que acepta invitados: en su último disco aparece catando nada menos que Elvis
Costello.
Suenan en formación de 14 músicos habitualmente, integrando veteranía con juventud a partes iguales mientras
el tiempo lo permita.
Una Big Band es en realidad la máxima expresión musical del jazz, por tamaño, presencia y empaque. Y cuando, además, es una orquesta de procedencia americana y bien curtida, se pude decir que el cielo se abre delante del público para volcar sus estrellas. Así ocurrió con su participación en el festival granadino, de cuyo amplísimo catalogo de actuaciones la crítica había predicho que la suya sería la actuación más importante de la edición 2002.
Con un repertorio temático que llevan más de diez años tocando, la MBB salió en tromba con un shuffle trepidante, del que fueron despegando durante toda la noche solistas para su lucimiento personal. Dirigidos en escena por Craig Handy, la extraordinaria vitalidad y el poderío de las composiciones originales sobresalieron sobre la informalidad de la orquesta, que en ocasiones parecía tener un distendido ambiente de ensayo más que de riguroso concierto. Si bien el protagonismo no recayó en el sustituto del bajista, fueron las secciones de saxos y trombones las encargadas de darle lustre y brillo (y de qué modo) a un concierto monumental desde todo punto de vista, con intervenciones estelares del saxofonista John Stubblefield y los trombonistas Frank Lacy (también ejerciendo de cantante), Earl
McIntyre y el español! Carlos Martín.
El festival entra en su segunda semana cargado de actividades paralelas como las actuaciones de Nono García, Henry Vincent y el octogenario pianista cubano Pepesito Reyes entre otros.
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