Canciones para amantes y soñadores
El entrañable Ben Wesbter dio título a un disco suyo con una frase que estuvo planeando durante todo el concierto de Freddy Cole y que preside este comentario. Atmósferas para amantes y soñadores resume perfectamente el concierto del hermano menor de Nat King Cole, probablemente el concierto de este festival en el que menos notas se tocaron, menos sufrieron los instrumentos y desde luego el equipo de sonido: fue una caricia de dos horas de duración.
El jazz vocal masculino anda escaso de representantes en la actualidad, habiendo sido uno de los clásicos de está música, a pesar de ser el sector que más éxito comercial tuvo y el que es más conocido gracias en buena parte a su difusión cinematográfica. Por eso no es de extrañar, como comentaba el saxofonista Johnny Griffin entre bambalinas, Freddy Cole era su cantante vivo favorito, lamentando no tener su instrumento a mano para salir a completar alguna de las baladas que interpretó, por otra parte especialidad también suya.
Cole con su cuarteto nos devolvió a un tiempo de chaqués y pajaritas, de bailes de hoteles y casinos, un tiempo en el que las canciones eran algo mucho más que tres minutos de sonido en una radio y podían marcar vidas enteras. Esa potencia emocional de la música que es ya historia y que de pronto se volvió realidad por una noche.
Influenciado vocalmente tanto por su hermano como por Louis Armstrong, Cole es un superviviente del jazz amable y educadísimo. Hecho para enamorar en un ambiente propicio a la confesión y el baile, por supuesto de salón. Su voz grave y modulada sugiere palabras de amor al oído, masticando las palabras que explican el optimismo propio de la época en que fueron escritas. Casi todas estándares vocales de la triunfante posguerra americana y no pocas citas al repertorio familiar: Monna Lissa, Sweet Lorraine, Unforgetable, Strighten up fly in me o el villancico Christmas Song. Canciones perfectas para, probablemente el último crooner de raza que queda. Música sedante y exquisita, y que ya es un estereotipo de la elegancia.
Su pianismo se ajusta completamente a los objetivos previos del repertorio, siendo comedido y de una dulzura que nos lleva directamente a la aristocracia sonora de Teddy Wilson, y salvo un par de bluses más enérgicos todo su concierto se situó en un plano sentimental y económico. Su grupo estuvo en coherencia con lo pretendido, un guitarrista de fraseo callado y emotivo, entre Crhistian y Montgomery, tan callado que a veces sonaba más el ruido de fondo de la pastilla que sus pulsaciones y una sección rítmica en que por no molestar el baterista hasta tocaba con las manos, y por cierto acompañamientos preciosos.
Dentro del conjunto poliédrico que es el jazz, algunas de cuyas caras más enérgicas y vanguardistas hemos visto en este festival que ahora acaba, la noche pasada con Cole resultó la más equidistante de esos planteamientos avanzados. A su lado incluso Thielemans podía ser contemporáneo (que lo fue a ratos). La lástima fue que el reglamento del Teatro Isabel no permita las velas ni una copa de champán, que hubiera sido el complemento perfecto para Freddy, el último cronner vivo.
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