Branford
Marsalis dobló el Festival por la mitad.
El saxofonista norteamericano Branford Marsalis explicó detalladamente en el Teatro Isabel la Católica los motivos por los que cada paso que da se los premian con un Grammy. Ante una audiencia que lo esperaba desde hacía un mes con las entradas vendidas y una reventa que alcanzaba las 15.000 pesetas, el mayor de los Marsalis y su cuarteto dejó un concierto en el que un formato clásico y una sonoridad típicamente jazzística pudo anudar tradición y contemporaneidad sin que en ningún momento hubiese antítesis entre los elementos. Con él, la vigésimo segunda edición del Festival de Jazz de Granada llegó a su mitad, que, más que centro, fue cumbre, dadas las características de este formidable intérprete.
El cuarteto de Marsalis lleva años con él, y le perdonan las numerosas fugas solistas de su líder, que más que eso es un compañero cuando se junta con Calderaazzo, Jeff Watts y Eric Revis, y como prueba de ello es que gran parte de lo que tocaron era de la autoría de su batería. No es de extrañar que además se llevase aplausos más efusivos que el compañero titular ya que Jeff Wats fue una auténtica irreductible máquina de tren desde sus parches.
Con una sonoridad cercana a los bopers de última generación y con el toque metafísico de Coltrane, Marsalis embaucó con las posibilidades sonoras desde el tenor y el soprano. Dotado de una elegancia suprema , al igual que su pianista, practicó un neoclasicismo seductor por su asequibilidad, si bien imposible de imitar en tiempos rápidos. A pesar de las dificultades técnicas de su interpretación, incluso el recorrido más tortuoso parece sencillo para él, por la serenidad y nitidez con la que conduce a altas velocidades por pistas deslizantes, y por la tranquilidad con que lleva de la mano al público desde el vértigo de una balada con más silencio que música de Kenny Kirkland hasta el impresionante blues desbocado que les sirvió a modo de sintonía y para marcar el territorio. El saxo no tiene secretos para este personaje criado a la sombra de su hermano Winton, pero cuya fidelidad a la causa le está permitiendo en los últimos tiempos obtener una notoriedad superior.
Delicado hasta la caricia, con una majestuosidad que recordaba la de Sonny Rollins en algunas piezas al tenor, y con mayor tensión en el soprano, haciendo algunas introducciones libres antes de atacar el tema, en ningún caso perdió de vista que la música es para ser disfrutada por lo que su concierto no pudo ser más sencillo de escuchar y accesible para todos los públicos. Lo que un respetable que había sobrevivido al histrionismo exagerado del cubano Omar Sosa el día anterior agradeció con merecidos aplausos, que fueron ovación para el trepidante baterista.
Como en tantas otras disciplinas artísticas el sentido de la diferencia no es motivo de excepcionalidad y se pueden expresar grandes emociones con motivos sencillos, si además la cualificación técnica no se confunde con la pretenciosidad, es fácil entender por qué a Branford Marsalis se le llenan todos los conciertos que da. Quizás no sea un genio pero da la sensación que en el escalón anterior se encuentra muy a gusto.
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