Texto: Juanma Cantos
Fotos: Javier Rosa.
"A legend is an old man with a cane known for what he used to do. I'm still doing it.."
- Miles Davis.
Freddie Hubbard es una estrella del jazz, un mito, con todo lo bueno y lo malo que esto representa. Una leyenda que ha sabido perdurar y ganarse un tremendo e imponente carisma sobre el escenario, que ha sabido sobreponerse a todo lo que la vida le ha deparado y aprender de ello, que ha sabido reunir en torno a su figura un elenco de impresionantes instrumentistas a los que servir de guía y en los cuales apoyarse, que ha sabido llenar de espectáculo los huecos que el tiempo ha creado en su capacidad como instrumentista... Es, simplemente, Freddie Hubbard y estuvo en el Darymelia.
"New Colors", el último álbum del fliscornista y trompetista americano, ha supuesto un triunfal regreso al "mainstream" jazzístico que Hubbard dejó aparcado debido a los numerosos problemas de salud sufridos durante la pasada década. Su boca, debilitada por largos años de sobreesfuerzo, se ha recuperado felizmente y puede de nuevo arrancar melodías de un instrumento como el fliscornio, más dúctil que la trompeta y mucho más adecuado para el Freddie Hubbard de hoy.
Pero Hubbard brilló, más que por sus solos, por la sobrecogedora y soberbia manera de ejercer como rutilante centro de atención ante el público -algo que sólo puede lograr un número muy reducido de maestros del jazz-, y como sobrado dominador de la alucinante, heterogénea e impresionantemente fresca banda de ocho jazzmen, "The New Jazz Composers", rica en instrumentistas de muy diversas influencias musicales, que dotan al conjunto de una pluralidad exquisita.
La explosiva y apoteósica rítmica, con una escenografía de cierto aire "swing", estuvo espléndida. Tras un comienzo algo tenso, en el que los músicos estuvieron demasiado atentos al tambaleo y a las indicaciones de su líder, poco a poco se fueron soltando y comenzando a ganar en individualidad y autonomía. Stephen Davis, trombonista y capataz de lujo, tomó de una manera elegante y eficaz el mando de la sección de vientos, dominando con una ligera mirada aquellos intervalos en los que Hubbard se apagaba y llevando el concierto hacia el hard-bop más trepidante.
De los expresivos ojos y de los gesticulantes brazos, a modo de director de orquesta, de Freddie Hubbard escapaba una perenne pasión por la música. Marcaba incesantemente con sus puños los golpes de la batería de un Eric Harland que brilló por su personal forma de tocar, muy fresca, rápida y alejada de los esquemas clásicos. Incluso por momentos salieron a relucir sus influencias rockeras.
Dentro de la sección rítmica, el contrabajista Sean Mathew Conley fue el verdadero soporte del octeto, levantando el concierto en todo momento, muy especialmente cuando Eric Harland dejaba de ser un mero acompañamiento para ganar protagonismo.
David Weiss, trompetista, quedó eclipsado por la enorme figura de un Hubbard que, constantemente, se colocaba tras él para adiestrarle en cómo ser un solista, alguien único. Casi ausente en ocasiones, no tuvo oportunidad de lucirse.
Y, cómo no, Terence Goss (saxo barítono) y los jovencísimos Craig Handy (saxo tenor) y Miron Walden (saxo alto) supieron responder con creces a los deseos de un Freddie Hubbard que, impasible, establecía y organizaba el orden de los solos.
Anthony Wonsey, piano, completó un octeto que trajo el más espectacular be-bop justo al final de la noche, con un bis al que parte del público no quiso aguardar.
Tras la finalización del espectáculo, y ya con un Darymelia casi vacío, se pudo escuchar a Freddie Hubbard arrancando notas de su fliscornio en la soledad de los camerinos.
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